Eowyn Aprendiz
Cantidad de envíos : 73 Fecha de inscripción : 17/05/2009 Edad : 33 Localización : Lerida
| Tema: Mi novela poco a poco Jue Dic 10, 2009 5:46 pm | |
| Aquí iré colgando mi novela poco a poco, espero que os guste. Estoy abierta a todo tipo de sugerencias, es más, necesito vuestra ayuda para mejorar PRÓLOGO Una gran puerta se abrió de golpe dando paso a un anciano y su bastón. Este miró alrededor sorprendido —No entiendo a que vienen tantos lujos y ostentaciones, sabes de sobra que no los necesitas— Dijo con indiferenciaEl Otro anciano, más corpulento que el anterior se levantó de un labrado trono bañado en oro y esbozó una media sonrisa —¿Por qué no puedo disfrutar de los placeres materiales como un simple mortal?Su interlocutor frunció el entrecejo. —Hacía mucho que no venías a verme, siglos me atrevería a decir ¿A que se debe esta inesperada visita?Mientras tanto, el visitante se había acercado unos pasos haciendo retumbar su bastón por toda la sala —No creo que mi llegada te haya cogido por sorpresa. Sabías que vendría, y además conoces el motivo. Esperó una contestación dejando vagar la mirada por los altos muros y la infinidad de riquezas que inundaban la habitación, hasta posarse nuevamente en el anciano. Pero viendo que este seguía sonriendo estúpidamente añadió —Es un arma muy poderosa y todos querrán poseerla— —¿Y de eso se trata ¿No? — contestó el más corpulento. Se detuvo unos instantes ante la expresión de furia del débil anciano —Será divertido, llevamos demasiados años manteniendo un aburrido equilibrio, un poco de emoción no hará daño a nadie — dijo con inocencia. El anciano de barba blanca espero unos segundos intentando contener la rabia, finalmente, dijo con dignidad —No son un tablero de ajedrez y no permitiré que los trates como tal, destruirás esa horrible creación… o lo haré yo mismo. El otro, en respuesta rompió a reír dejándose caer en su trono. El anciano de barba blanca esperó pacientemente a que terminara. Unos instantes después, cuando hubo recuperado la compostura dijo con sorna—Creo recordar que los impresentables de tus súbditos ya lo intentaron y fracasaron estrepitosamente — hizo tambolirear los dedos —¿Por qué no admites la derrota y te postras ante mis pies? Prometo ser benévolo contigo, incluso, podríamos llegar a entendernos…—Basta ya de estupideces — le corto el otro, —esta conversación no nos llevará a ninguna parte —y girando sobre sus talones, se dirigió de nuevo a la gran puerta, ayudándose de su bastón —Ven a visitarme otro día ¿Quieres? Ya sabes dónde encontrarme — le gritó con burla. El anciano no contestó, siguió su camino sin mirar atrás y cerró la puerta con tal fuerza que los cuadros más cercanos se descolgaron, cayendo al suelo ante la expresión de triunfo de su propietario. ͼͼͼͽͽͽ La aldea entera parecía morir entre los lamentos de aquellos que no habían podido huir de la catástrofe. Las llamas de colores sobrenaturales, producto de la magia negra, se elevaban formando grotescas formas y abrasando todo cuanto encontraban. Escombros y cadáveres se amontonaban por doquier. La tranquila aldea de Tirem se había convertido en el mismísimo infierno. Voces pidiendo piedad a gritos eran acalladas por oscuros soldados sin miramientos, que avanzaban por las calles sembrando el caos. Mientras tanto, un bebe dormía apaciblemente, arrebujado en una capa y ajeno a ese alboroto, presa sin duda de un hechizo provocado por su captor. Atrol se asomó por una esquina, “la calle parecía despejada”, pensó- Hacía pocas horas rebosante de vida, se hallaba en esos momentos repleta de cuerpos calcinados y atravesados por espadas. Avanzó con cuidado manteniéndose cerca de las sombras e intentando recordar por dónde se salía de aquella ciudad maldita. Cuando se encontraba cerca de lo que había sido la concurrida taberna, oyó un ruido de cascos tras de sí y entró precipitadamente por la puerta abierta. Se escondió detrás de una mesa volcada y rezó para que los solados pasaran de largo, pero no fue así. Estos entraron entre risas y vítores, entonando cánticos y regodeándose después de la matanza. Se sentían vivos de nuevo, hacía años que no saciaban su sed con un banquete como aquel. El pequeño bulto que sostenía entre sus brazos se removió, y gimoteó. Atrol, con el corazón en un puño, pronunció unas palabras y este volvió a quedar inerte. - ¡Cerveza! -gritaron algunos-, ¡estamos sedientos! -Cada vez iban llegando más y más soldados que se unían sin pensárselo dos veces al griterío y las celebraciones. Atrol miró a su alrededor desesperado esperando encontrar una salida. Girándose lentamente, descubrió que se hallaba cerca de una ventana por la que podía escapar, pero era gruesa y posiblemente muy pesada, llamaría demasiado la atención. Tendría que esperar a que los soldados estuvieran lo suficientemente borrachos para no… Un súbito silencio se apoderó de la sala. Cesaron los gritos y todas las miradas se dirigieron hacía la puerta. Atrol asomó la cabeza con cuidado y se sobresaltó, un escalofrío le recorrió el cuerpo mientras observaba la hosca silueta ante la que todos se inclinaban.“ Me lo temía”- pensó- “¿Quien si no?”. Ante el umbral de la puerta destrozada, se erigía uno de los máximos cabecillas de su orden, aunque tales títulos y honores no eran necesarios para hacer que uno se estremeciera de pies a cabeza ante su presencia. Una fea cicatriz le surcaba la cara y deformaba la comisura izquierda de la boca en una mueca permanente. Sus ojos rojos raramente parpadeaban y su armadura era negra como el carbón aunque al contrario de las otras, se hallaba limpia de sangre. Sabiendo ahora con seguridad quiénes eran los responsables de tal matanza, Atrol observó a los soldados. Ninguno llevaba la marca de la orden, cosa que confirmó sus sospechas. Querían pasar desapercibidos, y Atrol sabía de sobra por qué. Suspiró, el viejo hechicero no se había precipitado al tomar las medidas necesarias, aún así, las cosas no habían salido de la manera prevista. Siguió vigilando con cuidado a través de un orificio. Por unos instantes, dejó vagar su mente hasta los acontecimientos que había tenido lugar dos noches antes y que había alterado su pacífica existencia. | |
|